Pesas, traducciones, expediciones extremas y canto lírico

Entrevista a Agnese Scortichini

Agnese

Esta semana iniciamos una serie de entrevistas dedicadas a nuestros colaboradores más fieles, a través de las cuales queremos mostrar la realidad de la profesión del traductor y de los otros perfiles que contribuyen a la delirante actividad de una agencia.

A menudo pensamos en el traductor como un hombre de letras que está permanentemente encerrado en su casa, machacando palabras encorvado sobre su escritorio. Puede que esto fuera así en un pasado lejano, pero los traductores actuales están muy lejos de esa imagen. Son profesionales formados, cómodos con la tecnología, acostumbrados a compaginar actividades muy diferentes y, sobre todo, siempre en movimiento: para mantenerse al día, profundizar en el conocimiento de su ámbito de especialización y establecer relaciones con colegas y clientes.

Agnese Scortichini, una de nuestras traductoras al italiano, es un ejemplo perfecto. Graduada con matrícula de honor en el SSLMIT de Forlì, trabajó primero como profesora de inglés antes de convertirse en traductora técnica y editorial autónoma. Atraída por el mundo del fitness, ha combinado dos de sus pasiones gracias a la traducción de varios títulos para Elika Editrice, una editorial especializada en manuales deportivos, nutrición, actividad física y bienestar. Paralelamente a su carrera lingüística, encontró tiempo para obtener dos diplomas de entrenadora personal y masajista deportiva, al tiempo que seguía entrenándose y estudiando canto lírico.

Agnese Scortichini

Fotografía realizada por Editing Studio, Corridonia (MC), Italia.

Empecemos por el principio: ¿cuánto tiempo llevas traduciendo?

Llevo traduciendo profesionalmente desde 2014, año en el que empecé a trabajar con una editorial que publica textos sobre entrenamiento y nutrición deportiva. Siempre he seguido varios caminos a la vez, así que mientras hacía este trabajo, daba clases de inglés en un colegio privado y traducía para las primeras agencias con las que entraba en contacto.

¿Cómo empezaste? ¿Desde cuándo colaboras con Qabiria?

Me gustaría decir que «envié currículos». De hecho, una de las pocas veces que se pusieron en contacto conmigo, me ofrecieron un trabajo inesperado: me presenté como traductora para una escuela de idiomas, pero necesitaban a una profesora. Decidí aceptar, pero, mientras tanto, atenazada por un obstinado desánimo, llamé a la puerta de una agencia de traducción y les dije: «Trabajo gratis, pero dejadme ganar experiencia». Pasé allí uno de los meses más útiles de mi vida. En 2016, cuando aún trabajaba como profesora, un compañero de la universidad mencionó mi nombre a Qabiria y desde entonces soy parte integrante del equipo.

¿Qué aprecias de esta colaboración?

Lo que más aprecio es que siempre podemos intercambiar ideas, tanto sobre los proyectos gestionados por Qabiria como sobre los retos de traducción a los que nos enfrentamos en otros contextos, porque Marco, Sergio y los demás colaboradores también se interesan por otros ámbitos de especialización distintos al suyo. Por tanto, el chat de trabajo no solo sirve para coordinar las traducciones que hay que entregar, sino también para disipar dudas e intercambiar puntos de vista.

¿Y qué aspectos mejorarías?

Nada que dependa directamente de Qabiria. La imposibilidad de conocer de antemano la cantidad de trabajo para una semana en concreto es uno de los pocos aspectos que no me agradan de este trabajo, pero es inherente al trabajo autónomo y atribuible casi por completo al azar.

¿Cuál es el proyecto más interesante en el que has participado?

Definitivamente, la traducción de un sitio de viajes en tren, especialmente en los dos últimos años de pandemia. Dado que no podía moverme de casa, traducir los itinerarios europeos propuestos en ese sitio me ha dado la posibilidad de vagar al menos con la mente por lugares nunca vistos o a los que me gustaría volver lo antes posible.

Agnese Scortichini durante el trabajo

¿Puedes describirnos tu jornada laboral típica?

A pesar de ser un «búho», y, por lo tanto, mentalmente mucho más activa por la noche, intento levantarme temprano. Desayuno, tomo un café y me voy a entrenar. Me pongo delante del ordenador sobre las 9 y solo hago una pausa rápida para comer. A primeras horas de la tarde, cuando mi cabeza está más lenta pero mi cuerpo sigue activo, me dedico a otras actividades para las que he adquirido certificaciones, como la de masajista deportiva. Completo la segunda parte de la tarde y la noche ocupándome de revisiones, traducciones menos complejas o sobre temas que me resultan más interesantes. Aun así, rara vez traduzco después de cenar, pero puede ocurrir, especialmente en períodos de mucho trabajo.

Agnese Scortichini mientras entrena

¿Cuál es actualmente el mayor reto para un profesional de la traducción como tú?

La necesidad de comprender el propio valor profesional frente a la creciente tendencia al «bricolaje» de quienes creen que pueden traducir porque han estado una semana en España, pero también la necesidad de actualizar y adquirir continuamente conocimientos informáticos, gráficos o de redacción para ofrecer un servicio más completo.

«Nunca me he rendido ante la idea de que solo podía hacer una cosa en la vida.»

Además de traducir, ¿a qué dedicas tu tiempo?

Desde la universidad estoy obsesionada con aprovechar al máximo las horas del día, porque nunca me he rendido ante la idea de que solo podía hacer una cosa en la vida. Así que la traducción sigue siendo mi principal ocupación, pero también soy masajista y deportista en general. Soy amante del estilo gótico y steampunk, estudio canto lírico desde hace años y en mi tiempo libre me dedico a la caligrafía, a visitar castillos y pueblos medievales. Me entreno casi todos los días y me dejo seducir por actividades que me desafían física y mentalmente. Por esa razón me gusta ir de excursión y probar experiencias ricas en adrenalina como el puenting, la tirolesa, el parapente y otras cosas que mi madre podría ver con muy malos ojos. En 2018, realicé una expedición al Himalaya indio en la que alcancé los 5 000 metros de altitud: un reto para el cuerpo y la mente, en el que me di cuenta de que es importante centrarse en cada paso y no en todo el camino que queda por recorrer. En el fondo, tengo un alma tranquila y «socialmente selectiva», por lo que prefiero la compañía de un libro a una fiesta con demasiados desconocidos.

¡Incluso en el Himalaya! Cuéntanos más.

Antes de embarcarme en la expedición, el guía me dijo: «Normalmente prefiero evitar llevar a las mujeres, porque ya sabes... siempre se quejan». Me lo tomé muy a pecho y decidí hacerle cambiar de opinión. Cuando llegamos al pueblo de salida, empezamos a cargar todo lo que necesitábamos en nuestra mochila, una bestia de 20 kilos: saco de dormir, cantimplora, muda de ropa, comida, cuchillo y equipo de todo género. No había tenido tiempo de ensayar en casa y mi primer pensamiento cuando me lo puse a 3 000 metros fue: «No puedo ni caminar tres pasos con esta cosa encima». Uno de los chicos de la expedición, burlándose con cariño, señaló al grupo que, vista desde atrás, yo parecía una gran mochila con piernas. Me reí y decidí que llegaría a la cima antes que él. Durante toda la subida ni siquiera me paré a comer, tanteando con los brazos en busca de las barritas energéticas en los bolsillos laterales. Creía que estaba dando un espectáculo especialmente divertido a los que estaban detrás de mí, y a menudo me reía de mi misma. Al final, me gané el apodo de «tanquecito» y el guía parecía haber cambiado de opinión.

Agnese Scortichini en el Himalaya

Habría muchas anécdotas, pero te contaré solo una más. En una expedición extrema es difícil encontrarse con una mujer, sencillamente por las condiciones antihigiénicas y de gran camaradería en las que se duerme, se come y todo lo demás. Después de una experiencia de tres días en el bosque en la que fui la única mujer del grupo, tuvimos que desmontar las tiendas, las lonas y todo lo que habíamos plantado para devolver el bosque a la naturaleza tal y como lo habíamos encontrado. Lo único que faltaba era extinguir el fuego por completo para evitar que los rescoldos iniciaran de algún modo un incendio. Durante un rato, los otros chicos se quedaron alrededor del fuego mirándose unos a otros y lanzándome una mirada de vez en cuando. El tiempo pasó y empecé a preguntarme por qué tardaban tanto. Cuando me aclaré la garganta por milésima vez, tuve una epifanía sobre el modo de extinción que más ahorrase agua y fuese, por lo tanto, el más inteligente. Me disculpé con los presentes por llegar un poco tarde y me marché para darles el derecho a la «intimidad» colectiva, sin poder dejar de reírme.

Me imagino la escena... ¿Y cómo ves tu futuro? ¿Seguirás traduciendo o dedicarás más tiempo a tu pasión? ¿Quizás haya otra escalada a la vista?

Tengo grandes planes para el futuro, en el que pienso mantener la traducción como ocupación principal, pero también dedicarme a mis otras pasiones (el plural es obligatorio). La música, por ejemplo, siempre ha sido un componente esencial de mi vida y no excluyo la posibilidad de profundizar en esta inclinación. A los que me preguntan si alguna vez dejaré de estudiar o emprender nuevos caminos, me gusta responder con esta pequeña historia: un día, una alumna que quería aprender a tocar el piano, pero que aún no estaba convencida, preguntó a su maestro: «Maestro, ¿tiene usted idea de cuántos años me faltan para saber tocar por fin el piano?». El maestro respondió entonces: «Los mismos que tendrás si no aprendes».

¡Síguenos y no te pierdas las próximas entrevistas!

Traductor técnico, project manager, emprendedor. Está licenciado en Lenguas y cuenta con un máster en Diseño y Producción Multimedia. Fundó Qabiria en 2008

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